Relato de un insomnio I

Una madrugada sin sangre, volviendo a escribir, oscuro, todo está oscuro.
Que mal me siento. Será. Enloquecerá.
La puntada de la panza, así golpea la puerta el fantasma que susurra al oído, sin vos, tu voz.
Pensarte solo pensarte.
Perderme pensándote y lo hago. Porque te pienso, toda entera, desnuda, distinta, divina, mojada.
Y no te siento tan cerca, ni tan sola, ni tan mal acompañada, ni nada de nada, me enredo y me pierdo.
De nuevo me ganan todos los sentimientos del terror. Me hundo.
No hablo, me callo, poco a poco caigo en la desolación de imaginarme un hermoso día con sol, con chiquitos que en la plaza juegan, ríen y me miran, me miran felices. Y yo escondido en el fondo de mis anteojos.
Por cagón y por sensible, porque hiciste lo que quisiste y yo estaba escuchando.
Qué manera de respirar fe en una habitación vacía y fría.
En esta madrugada que volví a escribir, se escucha un auto lejano, el corazón late despacio y yo busco el diablo en los detalles, aparece con tu cara lejana, porque sigo pensándote y rogando sangre, más sangre, todavía me duelen las venas de tanto esperarte.
No poder tocarte.
En el aire, volemos por el aire, seamos viento, seamos lo que en cualquier momento puede explotar.
Seguime esclavizando a todos tus encantos que la vida pasa rápido y yo me revoluciono fácil.
Qué será de tu vida masticando el pasado, que escupís en la almohada las noches que estás sola, que sentís cuando te miro y te hablo, pensándote.
Como sería tu vida con la mía, cuerpo a cuerpo, para dejarnos enredar por  los jugos y las babas, la nariz rociando con suspiro los pelos erizados, tu boca consolando las palabras que me faltaron decir, la cabeza pensando que jamás se levanten las persianas, para seguir tirado oliéndote, manoseándote, para mirarte de cerca y estar cada vez más convencido, de gritarle a los cuatro puntos cardinales que me puedo morir tranquilo, porque me voy a morir feliz. Amándote.

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