Leopoldo y su intento de volver a encontrar felicidad.


Leopoldo era vestido por su mamá y castigado por su padre. En esa niñez Leopoldo hacía lo que le pedían, una vez en el jardín sonrío y sintió una agradable sensación por todo su cuerpo, un momento de eternidad atrapado en un instante, Leopoldo había descubierto la felicidad. A lo largo de toda su vida intentará buscar esa felicidad que tanto placer le generó.
Leopoldo al igual que la mayoría de las personas fue bebe, niño, adolescente, adulto y viejo.  Había una cosa que llamaba la atención en él, su búsqueda de felicidad. Leopoldo hizo dibujo, fútbol, música, consiguió un grupo de amigos, unas novias, viajó, entre otras tantas fuentes de placer nunca pudo volver a sentir esa sensación que tuvo en el jardín.

Su vida fue estrictamente normal, con los traumas, precipicios y obstáculos también estrictamente normales. En definitiva, tuvo una vida creada como casi todos, por los otros. Lo curioso del caso es que Leopoldo el día de su velorio llevaba en su cara como estampa una sonrisa. Quienes lo conocíamos aseguramos que había encontrado su tan deseada felicidad. Leopoldo a los 54 años de edad se encierra definitivamente en su casa, saliendo muy pocas veces a la calle, se divorcia de su mujer, no ve nunca más a sus hijos y se compra con los ahorros de su vida (porque ahorraba como la mayoría de las personas) alrededor de 10980 libros de distintas formas y tamaños,  imágenes y temas, múltiples categorías y variadas entrevistas a grandes pensadores.

Cuando fui a cobrarle las sodas que consumió todo el mes de mayo me enteré por medio de una vecina, de esas que están todo el tiempo en la vereda y saben que pasa con solo observar, que Leopoldo María Martinez fue hallado muerto en su habitación, acostado en su cama con una sonrisa de oreja a oreja, rodeado de revistas y cintas pornográficas, empapado de lubricante, completamente desnudo a la edad de 70 años un 20 de mayo del año 1998.
Los primeros días creí que Leopoldo nunca se había masturbado y al hacerlo llegué a la conclusión de que había alcanzado su felicidad, jamás entendí por qué se encerró, por qué corto vínculo con la familia, por que tantos libros pero tampoco me preocupaba entenderlo, si me interesaba ese tema que tenía con la felicidad.
 Esta resolución me sonó convincente unos días pero mi interior decía que había algo más…
Luego de varias idas y vueltas decidí forzar la puerta de Leopoldo y revisar su casa. Fue así donde me topé con un diario de su pertenecía y transcribo aquí la última hoja:

…cosas como el dinero, popularidad o ser el centro de atención. Pero hay algo que nunca volví a encontrar desde que era muy pequeño. Aquel día en el jardín cuando la vi a ella algo atravesó todo mi ser, no sé qué fue porque yo que era muy pequeño, tampoco fue amor debido a la gran diferencia de edad. Tal vez su modo de ser, tal vez su belleza, su conexión directa con la infancia (me refiero a su pureza de alma, como si no hubiese sido nunca contaminada por la cultura o la “civilización”). Lo cierto es que me generó un sentimiento de completud, un “sentimiento oceánico” el cual nunca más volví a revivir. Lo curioso es que solo fue, en un principio, solo un contacto visual pero cuando ella estaba ahí junto a mí lo que pudo haber sido una sospecha se volvió realidad. Era como si un aura energética la envolviera y protegía de todo tipo de males.

Por eso estas últimas palabras son para vos… porque me pasé toda una vida buscando y construyendo cosas para revivir esa sensación: distracciones, tóxicos de todo tipo, amistad, lujuria, desenfreno, amor, familia, dinero, viajes… pero nada, nada llego siquiera a parecerse o alinearse en sintonía con lo que me pasó aquella mañana en el jardín. No concibo entender como tan vivida sensación y recuerdo permanece inalterable en mí hasta ahora, en estas últimas palabras y aliento de mi vida. Tal vez fue solo un micro delirio, tal vez una ilusión o un paso en falso de mi mente en aquel momento, tal vez fue real… tal vez. Pero si alguien se topa con esta breve nota algún día le aconsejo que si alguna vez se encuentran con un sentimiento similar, sabrán reconocerlo. Pero por sobre todas las cosas, no lo dejen ir, traten de retenerlo lo más posible o de buscar cómo generarlo o cuál es su fuente porque les aseguro que una vez que sintieron algo así el resto de su vida carecerá de sentido alguno y gran parte de lo que hagan tendrá como fin resucitar ese sentimiento de plenitud. Háganme caso, sé muy bien de que estoy hablando…”.

Escrito en colaboración con Lautaropocha. 

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